viernes, 6 de noviembre de 2015

Naturaleza




Y desde siempre jugaré con las cenizas
en el contexto de los frascos lumínicos
abriendo mis faroles hasta las sombras,

desde la corona de fuego
hasta la diagonal sanguínea
donde corroe la erosión nocturna
en el vértice de los cielos
estampados en la cabecera de plata,
donde alguna vez el elegido
soltó sus lágrimas
en víspera del fin del ciclo,
contribuyendo con la pieza
que se tropezó con el destino,
y ésta siguió rebotando en la distancia,
viendo crecer la muerte de la vida.

Y desde el enlace en la pared de carne,
retuerzo cada movimiento con el exilio,
impulso de energía perforando mi pecho.







Aborto...




Cerrando el ápice de los párpados
la luz se vuelve noche en la textura de la carne,
un somnífero se cuela en la lengua,
mientras bebo el crepúsculo en mi boca
ruborizarse en mi frecuencia cardíaca
al detenerme en el "Pare"
en advertencia en mi pecho inválido
porque el reloj se ha detenido
a marcar la distancia de mi estancia,
en esta huella donde jamás he estado.





El ciclo de la muerte




Saltan pedazos de sueños en una pared abierta, desde lo horizontal del extremo ausente, se escucha la frecuencia del silencio, son mariposas grises que se enmarcan en los ojos del hombre sentado en el cielo, inyectando sus dedos en las cloacas del viento y en ello, fomentar el crecimiento de mensajes que llegaran al cadáver encerrado en una botella.